LO QUE NO SE VE

Posted on febrero 17, 2014

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Difícil de creer, pero hace algunos años no era un entusiasta del debate político. Ser hijo de Carlos Vera, te satura de esa actividad. Suficiente con uno en la familia. La mayor parte de su carrera como periodista, mi padre fue querido por sus televidentes y odiado por toda clase de políticos. Lo primero podía llegar a ser molestoso. Lo segundo, aterrador. Caminar con mi padre por las calles no era necesariamente algo agradable: la gente se acercaba a tomarse fotos, pedir autógrafos, buscar una opinión, iniciar una polémica. Es lo más cerca que estaré a convivir con un rock star. La privacidad, fuera de casa, era algo que no existía. Pero había algo más doloroso que la privacidad: las tensiones y el miedo producto de su trabajo. Desde niño, las amenazas atormentaron a mi familia. Demasiadas veces, mis hermanos y yo tuvimos seguridad privada o policial. La primera, lo recuerdo bien, en 1985 durante el gobierno de Febres Cordero, cuando militares allanaron nuestra casa en busca de «evidencias» que vincularan a mi viejo con Alfaro Vive Carajo. 20 años después, visitar a mi padre incluía tres policías del GIR, ya que inteligencia policial manejaba información de que sicarios habían ingresado desde Colombia para hacerse cargo de él. Ante las evidencias, el entonces gobierno de Palacio garantizó su seguridad. Eran tiempos de elecciones y mi viejo cuestionaba duramente a Alvaro Noboa.

Recuerdo una charla con mi padre en 2006, en un punto en que las tensiones por su vida eran nuevamente asfixiantes. Noboa había ganado la primera vuelta a Rafael Correa y todo indicaba que sería el nuevo presidente. Mi padre, por tercera elección consecutiva, lo combatía desde Contacto Directo en Ecuavisa y en esta ocasión el «beneficiado» indirecto era Rafael Correa. Para mí era claro que si Noboa llegaba a la presidencia la presión sobre el canal sería tal, que vería forzada su salida y la seguridad que en ese momento le garantizaba el GIR, terminaría. Quedaría sin trabajo y expuesto. Nunca le había pedido a mi viejo que renuncie a sus causas. Esa fue la primera y única vez. Le rogué que baje el tono contra Noboa, que no quería sentirme orgulloso de un padre muerto. Recuerdo haberle dicho también que no se juegue tanto el pellejo por el -en ese momento- poco conocido Correa. Ni Noboa ni Correa valían pagar el precio de su exposición y sacrificio. Carlos Vera me escuchó y fue determinante: «prefiero que tengas un papá muerto a un papá maricón. Yo no puedo callarme. Esto soy y a esta altura de la vida no voy a cambiar». Entendí entonces que él viviría y moriría en su causa. Que jamás podría cambiar eso. Y que los guerreros no son hombres de familia sino de batalla.

Siempre fui un ser político, pero mi participación pública en el debate era prácticamente nula y así lo preferí casi siempre. Concentré mi época de estudiante y primeros años como profesional en mi carrera de cine y levantar mi empresa de comunicación, manteniéndome lo más al margen posible del torbellino político ecuatoriano. Yo debía hallar mi lugar, hacer mi historia y tener mis propios méritos como para desmarcarme de ser «el hijo de…», algo que le pasa a cualquiera cuyo padre es un personaje reconocido y público.

Estudié cine en Chile y Cuba y me fue imposible no afinar mi postura política. No se puede ignorar la herencia de la dictadura de Pinochet en una sociedad incapaz de hablar sobre su pasado. No se puede ignorar la asfixiante represión de Fidel Castro en el alma de cada cubano. Aprendí a no ser dogmático y valorar por sobre cualquier cosa la Democracia Republicana (que esencialmente la comprendo como respeto y promoción de DDHH, balance de poderes, justicia independiente, participación y organización ciudadana). Nunca entendí a los defensores de Fidel que al mismo tiempo son grandes críticos de Pinochet si en los hechos ambos se hicieron del poder total y exterminaron a sus enemigos con métodos criminales. Aprendí que poder total es dictadura, así se celebren «elecciones» como en Cuba o se instale una economía liberal como en Chile.

Me resulta imposible hacer cine sin nutrirme de la sociedad que me rodea. Yo no busco mis historias en la estratósfera sino en el asfalto. El cine me acercó a las personas y al estudiarlo comprendí cabalmente el poder de una cámara a la hora de retratar a las víctimas de abusos. Creo que cada cineasta, documentalista o afín a la ficción,  es un cronista de su tiempo. Por eso el cine no puede escapar de la política. Y por eso el cine es también un hermano del periodismo.

En 2006, cuando le pedí a mi padre bajar las tensiones con Noboa, preparaba mi primer largo documental «Taromenani» sobre el genocidio en la selva ecuatoriana. Taromenani se estrenó en paralelo con el gobierno de Rafael Correa y, en ese momento (Febrero 2007), constituyó una poderosa herramienta de opinión pública. No fui el primero en tratar el tema de los pueblos ocultos, pero sí el primero en exponer el problema a través de una herramienta de comunicación masiva. Siete años atrás, eran muy pocos los que reclamaban en la calle por la vida de los Taromenani. Hoy son miles. Y la conciencia, gracias al trabajo de muchos, es cada vez mayor. «Taromenani» cumplió (y cumple) un rol importante en ese proceso, aunque hasta hoy ninguna acción ha sido eficaz para detener lo más grave: el genocidio. Fue gracias a Taromenani que hallé mi propio espacio en la opinión pública. Nunca me presentaron como «el hijo de…». En ese punto, mis trabajos previos (cortos documentales y de ficción) habían sido reconocidos en muchas partes del mundo. Mi empresa marchaba bien y mis proyectos se consolidaban rápidamente. Ya en 2009, cuando no fue Noboa sino Correa el que provocó la salida de mi padre de Ecuavisa, decidí por primera vez apoyarlo públicamente. Yo tenía ya un nombre y una actividad profesional que me dieron la confianza suficiente como para frentear el torbellino emocional que eso suponía. Me equivoqué. Nunca conocí lo lejos que puede llegar el odio y la infamia del poder hasta que apoyé a mi padre.

Empecé a hacer activismo en redes sociales y este blog. En 2010, apoyé a mi padre en la recolección de firmas por la revocatoria del mandato de Correa. El proceso fue extremadamente complejo, porque los recursos eran muy escasos. Alguna vez calculamos el monto ideal para realizar una recolección exitosa con mi padre: cinco millones de dólares era lo que requería todo el proceso, incluida la campaña masiva para un eventual referendum revocatorio. En la práctica, no recaudamos ni cincuenta mil dólares. Correa desde sus sabatinas hablaba de «los grandes intereses de la derecha y los EEUU» detrás de la recolección de firmas. La verdad, fue que tuve que poner dinero de mi bolsillo y mi oficina en Quito para coordinar grupos de recolección en la capital. Lo sabe muy bien el gobierno, que por esos días asignaba agentes para que nos siga e intervenía nuestras comunicaciones. No teníamos ni para los refrigerios de los brigadistas. Y en honor a la verdad, tampoco tuvimos brigadistas sino voluntarios. Aún así, con todos los problemas de logística imaginables, la recolección de firmas tuvo un ritmo interesante los primeros meses, pero el proceso se estancó luego del 30 de Septiembre de 2010. Fue ahí cuando empecé a sentir en carne propia lo más bajo del aparato de comunicación de la SECOM. Público fue que mi padre impulsó una salida constitucional y democrática al correismo, sin embargo se lo acusó de golpista en medios públicos, cadenas, publicidad masiva y sabatinas durante seis meses, sin cesar. La campaña oficial, mostraba a Carlos Vera y Lucio Gutiérrez como aliados y autores intelectuales de lo ocurrido el 30S. Casi cuatro años después, con un gobierno que controla la justicia, ni siquiera han iniciado un proceso legal contra mi padre por lo ocurrido ese día. De haber sido cierta tanta infamia, ya estaría preso. Hoy, la mentira del aparato de comunicación oficial es evidente, pero el daño que causó se prolonga y prolongará por mucho tiempo más. Fue después de esa campaña infame, que empecé a percibir el desprecio de mucha gente hacia mi viejo, fenómeno que antes ocurría casi exclusivamente con la clase política. Caminar por las calles con Carlos Vera ya no era incómodo porque la gente se acercara a expresarle su cariño, sino peligroso porque no sabíamos en qué momento podía salir de cualquier parte un fanático y agredirlo (le ocurrió a Jorge Ortiz, cuando un grupo de corresítas los golpeó en la González Suárez, causándole la dislocación de su hombro. Apuesto que no lo sabían). La gente empezó a tener miedo de colaborar con Carlos Vera y ser acusada de golpista.

Recolección de firmas en la Plaza Grande. Salimos luego de que un grupo de gente comenzara a provocarnos. Foto de El Universo

Recolección de firmas en la Plaza Grande. Salimos luego de que un grupo de gente comenzara a provocarnos. Foto de El Universo

No fue hasta Diciembre de 2010 que la recolección de firmas volvió a tomar fuerza y el gobierno, a través de la recientemente cooptada Corte Constitucional, anuló el proceso (escribí sobre eso extensamente acá). Lo que no sabe la gente, es lo cerca que estuvimos de lograr el objetivo. Nunca contamos las firmas recolectadas, pero estimo que nos acercamos al millón. La gente tampoco conoce pormenores del proceso que en este punto me parece importante hacer públicos. El primero, tiene que ver con Lucio Gutiérrez.

A mitad del proceso revocatorio, Sociedad Patriótica mandó un emisario que recibí personalmente en mi oficina. No supe que se trataba de un hombre de Lucio hasta que comenzó la conversación. Su oferta fue poner a los afiliados de PSP (unos 60 000) a recoger firmas. Eso, sin duda garantizaba el cumplimiento de la meta (a nivel nacional, nosotros no llegábamos a 2000 voluntarios). Le dije «encantado, llévate los formularios, están abajo». El emisario puso entonces las condiciones (ingenuo en política yo, pensaba que la oferta no tendría condiciones). Pidió una reunión entre mi padre y Lucio, seguramente con el objetivo de que Carlos Vera apoye a Gutiérrez en las elecciones presidenciales. Le dije al emisario que le haría llegar el mensaje a mi viejo, pero que dudaba que la oferta sea aceptada. Cinco minutos después de que el emisario abandonara mi oficina, llamé a mi padre y le conté lo ocurrido. «Que se vayan a la mierda», fue su respuesta textual a la oferta de PSP.

Más o menos por las mismas fechas, tuvimos un taller sobre estrategia y comunicación política para la revocatoria con JJ Rendón y todo su equipo en Miami, el estratega político más brillante que he conocido (odiado, difamado y temido por toda la franquicia socialista del SXXI). La intención de Rendón era ser parte del equipo de la revocatoria. Los costos del taller consistieron en pagar el viaje y estadía en Miami de unos 10 miembros de su equipo, profesionales de distintas áreas (encuestas, comunicación, media training, levantamiento de fondos, etc.)  que viven en varios países de Latinoamérica. En total, unos 35 000 dólares, que mi padre gestionó a través de un empresario como aporte a la revocatoria. Contratar al equipo de Rendón obviamente tenía otro precio. Calculo yo, que él y su equipo no costaría menos de dos millones de dólares (Rendón cobra mucho más, pero sabía que en esta causa no había dinero). Fue en EEUU que, a través de terceros, se le ofreció a mi padre 5 millones de dólares, cifra que alcanzaba y sobraba para contratar a Rendón y probablemente enfrentar en aceptables condiciones a Correa en un referendum. Nunca supimos la fuente de la oferta de dinero y sospechamos que venía de los hermanos Isaías. Eso fue suficiente para que mi padre rechace la suma. Intentaron persuadirlo varias veces. Su respuesta fue tajante: no. Sin conocer la fuente del dinero, no. Y si llegara a ser de los Isaías, peor. Al día siguiente, el empresario que se comprometió a pagar el costo del taller nos falló. Hasta el día de hoy, Carlos Vera le debe $35 000 a JJ Rendón y por sus dificultades económicas no se los ha podido pagar. Los millones nunca llegaron a la revocatoria y optamos por fracasar en la recolección a tener éxito manchando la causa. Fue una lección de honestidad que jamás olvidaré.

Hago público ambas anécdotas porque desde el 30S hasta hoy, la maquinaria de la SECOM en la web, a través de cuentas y blogs anónimos, ha atacado a mi padre pretendiendo convencer a la gente de una alianza que nunca existió, ni con Lucio, ni con los hermanos Isaías. Al contrario, mientras fue periodista, mi padre combatió a ambos duramente. Fue notorio y público, durante años. Aunque la memoria de algunos sea frágil o sensible a la manipulación de la propaganda oficial, esos son los hechos. Si mi padre fuera un hombre corrupto o entregado a oscuros intereses, hace mucho el gobierno tendría alguna evidencia y estuviera detenido. Su honestidad no ha podido ser cuestionada y han debido recurrir a las infamias y el anonimato para intentar debilitarlo.

Luego de la revocatoria, empecé a perder clientes en mi empresa de comunicación. Dos de ellos, amigos de muchos años, fueron lo suficientemente sinceros: «Mira Carlos, tengo esta lista de proveedores y tú no estás aquí». No estoy hablando de una institución del Estado sino de una empresa multinacional que ahora contrataba servicios de comunicación con empresas afines a un poderoso colaborador de Correa. Ninguna empresa quería meterse en problemas con el Estado y, en muchos casos, así es como se cuidaban las espaldas. Durante años, realicé videos de alta calidad para una constructora extranjera que representaba un porcentaje importante de mi facturación. De un día a otro, dejaron de llamarme. Hoy sé que quien les produce videos es el mismo sujeto que realiza las cadenas de los Lunes del gobierno. La situación de mi empresa comenzó a ser asfixiante. Decenas de empresas de comunicación pasaron a ser proveedores del Estado, inflando los precios de manera dramática. He visto trabajos por los que han cobrado $200 000 cuando su valor real no llega a $50 000. En estos años, he visto también cómo un realizador que antes apenas sobrevivía hoy tiene tres departamentos y tres carros solo por ser afín a poderosos miembros del poder.  Es un país pequeño. Todos los que forman parte del mundo de la comunicación saben bien de lo que hablo y cómo se manejan las cosas. La mayoría sin embargo, ha optado por el silencio para no perderse el «boom» de clientes del Estado.

Puse mis proyectos cinematográficos en pausa para concentrarme en salvar mi principal fuente de ingresos. Al mismo tiempo, nació mi hijo Ariel y con él, replantee muchas cosas en mi vida. Una de ellas, los motivos para mi militancia política en redes sociales. La llegada de Ariel me hizo reflexionar en el país que mi generación le está heredando. No quiero el país que estamos construyendo ahora, donde la clase media y alta ecuatoriana se acomoda ante las bondades de un Estado regalón a cambio de un silencio cómplice ante centenas de violaciones a los Derechos Humanos y la restricción de las ideas e información. Se están llenando los bolsillos a cambio de mirar a otro lado. El problema es que las obras y el éxito económico no compran las libertades.

Con mi padre he tenido siempre diferencias. Muchas veces, han devenido en peleas graves. Cuando decidió ser parte de Madera de Guerrero, le critiqué duramente. No comparto esa militancia. Pero él tiene sus motivos, que ha hecho públicos y respeto. Su tenacidad y experiencia no requieren a un hijo que lo acompañe en sus causas. Mi proceder dejó entonces de tener su origen en mi padre para concentrarse en militar por la sociedad en la que quisiera ver crecer a mi hijo. Durante años, gente que no me conoce me acusó de tener intereses políticos. La verdad es que no busco ni buscaré el poder. La verdad es que hago lo que hago pensando en Ariel.

Me considero demócrata. Me identifico con muchas ideas liberales, pero también con ciertas posturas socialdemócratas. No me creo capaz, a esta altura de la vida, de conocer la verdad. Cuestiono mi conocimiento y creencias a diario y seguramente moriré con más dudas que certezas. Los que considero los mejores presidentes de Latinoamérica en los últimos 15 años son de izquierda: Ricardo Lagos y Pepe Mujica. Cuando digo que creo en la libertad, digo que creo en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ese documento no habla de izquierda o derecha sino de derechos: derecho a ser, a pensar, a expresar, a emprender, a la justicia, a recibir protección, etc. El respeto y promoción de Derechos Humanos es para mí la base de cualquier sociedad. A partir de ese principio vienen las otras discusiones: la ideología, los modelos económicos, las fórmulas de progreso. Por eso tengo amigos comunistas y libertarios. Creo en esa diversidad y en el choque de ideas para construir una sociedad. Y por eso cuestiono y cuestionaré siempre a Rafael Correa, autoritario y abusivo que hoy ha logrado al control absoluto del Estado y ha usado la justicia y los recursos públicos para amedrentar y anular a sus rivales o «enemigos», según sus ambiciones y caprichos. Correa es tal vez la versión más peligrosa de los nuevos modelos totalitarios porque ha logrado lo que pocos: que el pueblo le aplauda sus abusos y arbitrariedades (¿no es inaudito que la gente lo apoyara a ganarse 40 millones por una injuria?). La concentración de poder ha permitido niveles inimaginables de corrupción. Lo saben muy bien los burócratas honestos que me leen, muchos de ellos incluso me han entregado o contado información. Nunca este país vio tanto dinero y por lo tanto, tanta corrupción ante la ausencia de cualquier tipo de control. Abuso de poder y corrupción son la marca de Correa y por eso lo voy a cuestionar siempre.

En Cuba, fui testigo de los repudios públicos que se realizan a disidentes. El método es simple y letal: miembros del partido rodean la casa del «contrarrevolucionario» y lo insultan por horas. A partir de ese momento, el disidente queda marcado como «gusano» y recibe el desprecio de la comunidad. Si el disidente es un personaje público, los medios oficiales se encargan de destruir su reputación con las más bajas infamias. Las acusaciones, son las mismas que la SECOM y los medios públicos promueven acá: «vendepatria, agente de la CIA, contrarrevolucionario, enemigo, miseria humana, vendido». Cuando presencié esos repudios, jamás pensé que terminaría siendo blanco de algo similar. Desde que estoy activo en Twitter y Facebook, he bloqueado a más de 3000 cuentas. La mayoría, por insultos y acusaciones, desde las más absurdas como que recibo dinero de la banca por opinar, hasta verdaderas canalladas, como meterse con mi esposa y, en dos ocasiones, con mi hijo. En cinco ocasiones, los insultos trascendieron el computador. En lugares públicos, he debido defenderme a golpes de agresiones de fanáticos correistas. Alguno incluso se empeñó una vez en conocer mi domicilio. De esas agresiones, solo fue pública la que ocurrió en la corte de justicia, porque la pude documentar. Desde que funcionarios públicos afirmaron que por ganar un premio del Estado en 2008 para uno de mis cortos yo me aprovechaba de los recursos del Estado, renuncié a financiar mis proyectos con un solo dólar del Consejo Nacional de Cine o el Ministerio de Cultura. Estas son las cosas que no se ven. La agresión más infame, se hizo pública el sábado pasado en Twitter y pone fin a mi actividad política en redes.

Hace mes y medio, luego de que Rafael Correa se espantara por el material porno que supuestamente había en la computadora de Klever Jimenez, decidí mandarle al Mashi un link porno. La reacción de la gente fue reveladora. En un minuto, los revolucionarios de izquierda se convirtieron en revolucionarios conservadores, espantados y cubiertos en moralina ante el contenido para adultos. Si fue o no una broma de mal gusto la que hice, es parte de otro debate. En medio del relajo tuitero, un sujeto publicó la foto de mi hijo sugiriendo que debería hacerse uno de esos videos con él. Me enteré hace dos días, porque tenía esa cuenta bloqueada. Centenas de reacciones en twitter fueron de solidaridad y repudio a esa acción. Incluso Fernando Alvarado, cabeza de la propaganda oficial, se solidarizó. Desde entonces, no he dejado de pensar en su gesto.

¿Es posible que Fernando Alvarado no vea el origen del odio?  ¿Es posible que esté tan metido en sus asuntos que no se de cuenta qué hace que un sujeto decida meterse con mi hijo? Fernando, muy bien sabes que el poder auspicia blogs y cuentas anónimas desde donde se me ataca con una frecuencia casi diaria. Bien sabes que no soy el único que recibe esos ataques. Y bien sabes que has usado una artillería de mucho mayor alcance contra gente que gracias a la destrucción de su reputación, hoy apenas sobrevive. ¿Cuándo es suficiente? ¿Cuándo es momento de parar? En mi caso, ahí tienes el resultado. Un demente, fanático correista, guiado por las mismas tesis con las que desde cuentas anónimas se me ataca, se metió con un niño de tres años. Y eso que yo recibo apenas una fracción de los ataques que desde el poder, coordinas. Has destruido a un buen número de personas y familias. Si tus palabras son sinceras, Fernando, si consideras que las cosas tienen un límite, para. Para el asedio. Detén la infamia. Dile a Rafael Correa que las bajezas no van más, contra nadie, desde los medios públicos, sabatinas, cadenas o cuentas anónimas. Haz buen uso de los recursos del Estado en todas las plataformas y no los emplees contra ciudadanos cuyo derecho es la protección y no el asedio y la infamia del Estado. Dile a tus empleados de la SECOM y de ANDES que se comporten como funcionarios públicos y no como gamberros detrás de cualquiera que no se alinee con las tesis del poder. Si te preocupa la familia o los hijos de los que la revolución considera sus «enemigos», para de una buena vez. Solo entonces creeré en la sinceridad de tus palabras. Por ahora, te repito una máxima: el poder no dura para siempre, Fernando. Al final del día y aunque pasen años, todo, absolutamente todo, se sabe.

En lo que respecta a mí, mi actividad política en redes sociales, con la intensidad y frecuencia que la caracterizaban, termina hoy. El ataque a mi hijo me llenó de rencor. Mi primera reacción fue querer matar al sujeto. Perdí. Si la razón de mi causa es Ariel y Ariel corre peligro, voy a parar. No voy a esperar hasta que algún demente me lastime o lastime a mi familia, a que allanen mi casa, a huir del país para sentirme seguro o a matar a alguien. El sujeto que se atrevió a meterse con mi hijo responderá ante la justicia, así viva fuera del país. A ver si puede retornar como si nada al Ecuador.

Si me he extendido en este relato personal es para que quienes me leen, respetan o siguen,  comprendan que cuestionar al poder tiene un precio muy alto y va mucho más allá de lo que uno cree o imagina. Es importante explicar por qué me metí en esto y por qué salgo. Mi trabajo, mi integridad física, mi paz, mi reputación han sido atacados por años. He visto a gente quebrarse con una fracción de lo que yo he debido soportar. Aún así, he continuado opinando y cuestionando, porque lo considero un deber ciudadano. El punto final llega cuando se meten con mi hijo, cuando mi familia, con lágrimas, me pide que me detenga. No voy a arriesgar más.

En estos tres años y más de actividad en redes, cometí muchísimos errores. Muchas veces se me fue la mano con los adjetivos y muchas veces actué con prepotencia. De todas mis acciones, acertadas o no, me he hecho responsable. Cuando debí disculparme, lo hice. Jamás me metí con la familia de nadie (como infamemente afirman algunos sin poderme citar siquiera) ni emprendí una campaña personal contra nada que no sea el poder y sus abusos. Yo no prefiero que Ariel tenga «un papá muerto a un papá maricón», como alguna vez me dijo mi padre. De mi frontalidad y postura he dado cuenta en exceso. También de mi responsabilidad como ciudadano. Pero tampoco soy superhéroe ni estúpido. Sé reconocer cuando mi familia corre peligro y jamás me perdonaría ponerla en riesgo.

A las centenas de amistades que hice en redes, a los que confrontaron sus ideas respetuosamente conmigo,  les aprecio y agradezco con profunda sinceridad. A los que involuntariamente herí, les pido disculpas. Y a los empleados públicos y ciudadanos que se dedicaron a difamarme por desprecio sin siquiera conocerme, les olvido.

Mi militancia por causas como el Yasuní seguirá tomando forma a través de nuevos documentales y entradas en mi blog. Mis redes como Twitter y Facebook, se mantendrán aunque con una actividad muchísimo menor. El futuro me sonríe. Mis proyectos de cine vuelven a abrirse camino y mi empresa saca su cabeza del agua sin la necesidad de un sólo dólar estatal. Estoy firme, saludable y productivo. Eso es lo mejor que puedo hacer contra todos aquellos que me mostraron su desprecio. De eso, me siento fortalecido y orgulloso.

Mis sueños están en el cine, no en la política. Mi camino no lo he emprendido solo y mi familia está por encima de mis causas. Aún hoy, a mis 34 años, sigo esperando la llamada donde me comunican que le han hecho daño a mi padre. Yo no quiero el mismo destino para Ariel.

Sigo, pero de otras maneras.